Desde luego si se trataba de velar por la unidad estos movimientos tan polémicos no parecen muy bien orientados. Cuando el ritmo de tu organización y el de la sociedad van dispares se suele notar rápido. Con la RAE está pasando esto, y ya ha transcendido a la calle. Lo que antes solo (obsérvese que obedientemente lo pongo sin tilde) se comentaba en círculos de erudición ahora pasa a la calle a cuenta de la aceptación del nuevo imperativo. Esta úlima polémica surge a iniciativa, según parece, de novelistas mediáticos que quieren demostrar su modernidad y talante renovador (que está bien renovar y actualizar, pero hágase con rigor). Y probalmente por ese carácter mediático el asunto se populariza. Si limpiar, fijar y dar esplendor son los objetivos vigentes de la RAE tratemos de ver el encaje de esta actualización en ese marco. Limpiar para desprenderse de las contaminaciones injustificadas del lenguaje. Fijar, para mantener una coherencia en los criterios y las normas, y dar esplendor para que el conjunto del idioma luzca y brille como algo pulido y bien rematado. Me temo que la nueva norma no se ajusta a ninguno de los tres. Pero repasando la historia reciente, eso sí cuando no había académicos tan mediáticos, no nos debería coger por sorpresa esta falta de criterio. La aceptación de “endivia” por “endibia” (obsérvese que en su origen la “v” no aparece por ningún lado – Del mozár. ‘anṭûbíya, y este del lat. intŭbus-) por una aceptación de un error que podemos intuir de dónde viene; o la “almóndiga” (Del ár. hisp. albúnduqa, este del ár. clás. bunduqah, y este del gr. [κάρυον] ποντικόν [káryon] pontikón ‘[nuez] póntica’, por similitud en la forma.), son antecedentes que nos debían haber puesto sobre aviso. El caso, también reciente, de las tildes diacríticas cuando no afectan a duplas de palabras tónicas y átonas (como el caso de los pronombres demostrativos o el adverbio “solo”) se resuelve también con una fórmula carente totalmente de solidez. Se permite su uso a criterio del escribiente en función de que interprete que la redacción pueda inducir a confusión. ¿Realmente esta medida ayuda en algo al lenguaje? ¿Tengo que analizar yo las posibles interpretaciones para colocar o no la tilde? ¿Generaba realmente algún problema la situación anterior? Para llegar a esta solución sin sentido (póngase una norma objetiva: o lleva tilde o no la lleva) se argumenta que la tilde diacrítica se utiliza en palabras homófonas tónicas para diferenciarlas de las átonas y por tanto no puede aplicarse al caso de duplas de palabras tónicas. Puestos a hacer modificaciones en la norma, ¿no tendría más sentido extender el uso de la tilde diacrítica a todo tipo de duplas en las que pueda ayudar a resolver una posible confusión, que atenerse a los usos actuales e invalidar su uso útil y extendido? Lo primero es una solución funcional, lo segundo es priorizar las formas sobre los fondos. La adaptación a los tiempos es necesaria, el inmovilismo extremo en pos de la pureza original nos atraparía en el pasado, pero los cambios deben hacerse con un rigor y con un criterio que mantenga esa unidad y esa referencia. Adaptarse a nuevos términos surgidos de la evolución social (o incluso tecnológica) tiene sentido, pero con un orte bien claro y definido. No con medidas absurdas como esta del imperativo. Para este viaje no necesitamos tantas alforjas.
La RAE, el viaje y las alforjas
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